jueves, 23 de octubre de 2014
sábado, 4 de octubre de 2014
Tocqueville, por Vilches
La
democracia en América no es sólo una descripción del sistema político que
se dieron los habitantes de las antiguas colonias inglesas. Alexis de
Tocqueville (1805-1859), al describir las formas, el espíritu o las costumbres
de la sociedad americana, presentó también un tratado sobre la democracia con
la vista puesta en el desarrollo de los regímenes liberales en Europa. La
Revolución Francesa le había mostrado que la preferencia por la igualdad sobre
la libertad llevaba al despotismo o a la tiranía.
Tocqueville
señaló dos riesgos para la libertad en democracia: la anarquía, como resultado
de un amor excesivo por la independencia o de un individualismo que desdeñe los
intereses comunes, y el centralismo democrático, una concentración de poder que
conduzca al despotismo. Era esto último lo que más le preocupaba. Creía que los
hombres eran capaces de ceder sus derechos al poder central en aras de un
supuesto mayor bienestar, o bien por odio a los privilegios.
La
preferencia por la igualdad ante la libertad tendría como resultado la
construcción de un Poder empeñado en la uniformidad social a través de esa
planificación que cien años después denunciaría Hayek. En una sociedad de este
tipo, escribió Tocqueville, el individuo, sus intereses y opiniones se
difuminan en nombre de los intereses del colectivo. La democracia así entendida
aumenta la servidumbre del individuo y degenera en despotismo. Tocqueville no
hablaba de dictadura, sino de un sistema despótico, "más amplio y más
benigno, que degradaría a los hombres sin atormentarlos". No tendría las
formas del totalitarismo del que nos habló Hannah Arendt, claro está, sino las
de un despotismo blando.
El
amor desmedido por la igualdad, advirtió Tocqueville, lleva a que los hombres
renuncien a la libertad. El Poder no les hurta sus derechos, son ellos los que
los ceden. La sociedad se uniformiza tanto como el pensamiento. Es lo que hoy
llamaríamos "lo políticamente correcto". Una situación en la que las
opiniones contrarias se castigan con el rechazo social, la marginación, la
autocensura. Las democracias se convierten entonces en una "tiranía de la
mayoría" que condena la pluralidad y la iniciativa individual y conduce a
la "mediocridad".
Tocqueville
alertó de que la democracia concebida como tiranía de la mayoría pondría en
peligro la libertad y la independencia personales. Ahora bien, junto a los
riesgos, el pensador francés, siguiendo el ejemplo de la sociedad americana,
dio un racimo de soluciones. Hablaba de la organización de la sociedad civil a
través de asociaciones que velaran por sus intereses y derechos, pero también
de la necesidad de evitar la arbitrariedad del poder, siguiendo a Locke y a
Montesquieu, con un poder judicial independiente y mediante la
descentralización política y administrativa.
Remarcaba
Tocqueville, además, la importancia de una verdadera y fundada libertad de
opinión, sustentada en aquellos viejos principios ilustrados: la educación y la
separación entre la Iglesia y el Estado. Se trataba, en definitiva, de una
democracia constituida por ciudadanos amantes de sus derechos individuales,
activos en su defensa y siempre vigilantes.
Tocqueville
no fue un panegirista de la democracia, sino un analista político. Advirtió de
los males y peligros que encerraba el sistema democrático, un sistema cuya
virtud, la defensa del individuo y sus derechos, es, como ha escrito
Glucksmann, su debilidad. El análisis de Tocqueville no es una denuncia, como
se creyó en Inglaterra cuando se publicó La
democracia en América, sino un llamamiento al individuo,
para que se movilice contra los pronunciamientos igualitarios que envenenan la
libertad y pervierten la democracia, como escribió Raymond Aron, privándola de
los valores liberales que le dan sentido.
La
democracia en América es imprescindible para conocer los pilares de la
democracia y los riesgos de involución. Porque en política, como nos muestra la
historia, no hay nada definitivo ni irreversible.
Jorge
Vilches, 2007
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